viernes, 3 de abril de 2020

MECHENAYA: EL LAMENTO DE VERUSHKA

MECHENAYA: EL LAMENTO DE VERUSHKA
Cuento de :Andrew Blacksmith

El gélido aire de aquel bosque invernal que había en frente de nuestro hogar, se filtró al interior de la casa a través de la vieja y maltratada ventana de madera. Un viento melancólico me envolvió por completo, causando que mi piel se estremeciera; no por el frío abrumador que allí hacía, sino por la álgida sensación que sentí al percatarme que su mágica presencia se apartaba de mí a gran velocidad. Su silueta fue retratada en medio de la oscuridad, por un índigo magnánimo producido por los rayos que cayeron abruptamente a su alrededor. Su figura se desvaneció a la distancia debido a la fuerte lluvia y a la densa y gris neblina que rodeó su espléndido ser, alejándolo de mí, hasta que llegó el momento en el que ni los rayos pudieron mostrármelo.
El viento sopló con gran fuerza, haciendo que los árboles en el exterior, se hincaran ante su braveza. Me mantuve sentada en el solarium, un sillón bermellón que se encontraba unido a la ventana (Adoraba acariciar el terciopelo mientras imaginaba una bella vida a su lado; una vida, donde podía besarlo, donde era mío, sin importar el tiempo ni el espacio, una vida solo para mí, para su amada Verushka).
Los marcos de las ventanas eran de una madera muy vieja, roída por el tiempo y por los miles de pequeños insectos que habitaron la casa durante siglos. Una gran telaraña sedosa se mantuvo suspendida sobre mi cabeza, bella analogía para la confusión que habitaba en mis pensamientos. No quise levantarme, estaba cansada de tanto pensar en él y en el porqué de su frío desprecio hacia mí. Recién se había marchado y ya extrañaba su despectivo y esclavizador semblante. Adoraba sentir sobre mí esa fuerte y castigadora mirada, imponente como cada parte de su ser, dispuesta a ella por la eternidad, para que fuera él, quien gobernase mis días.
La casa olía a vino derramado y a papel amarillento de escritos indelebles e impronunciables por mis indignos labios, a tinta color cobalto y negro que se adherían a los escritos de mi amado, como mi deseo a su cruel semblante. Las lucecitas naranjas de la mañana se asomaron en el horizonte. Vi el sol acercarse a mi ventana, no quise abandonar el sillón, quise quedarme allí aguardando su regreso.
El siniestro sol estaba próximo a emerger. Tuve que levantarme con prontitud a cerrar las pequeñas portezuelas de madera que cubrían las ventanas, antes que aquel macabro amanecer llegara hasta nuestro hogar.
Era evidente que él no llegaría esa noche; partió con el crepúsculo, la aurora matutina se paseaba por el cielo y no vi signo alguno del regreso de mi amado Iván. Tuve la esperanza que el llegaría antes de llegar el alba y no varios días después como era su costumbre. Volví al sillón, permanecí sentada por horas aguardando el retorno de mi amado captor.
Cansada de esperar, era evidente que no llegaría, me levanté de aquel sillón junto a la ventana, retiré una vieja cobija con aroma a café y polvo que cubría mis piernas. Bajé mis pies del sillón y al tocar las tabletas de madera del suelo recordé lo grande que era la casa, lo vacía que se encontraba sin él y lo sola que me sentía por su ausencia. Me sentí desamparada y solitaria, la única compañía que tuve en sus ausencias, fueron las pequeñas criaturillas que ayudaron a que la casa se deteriorara aún más.
Caminé con desesperación recorriendo una y mil veces la casa, tratando inútilmente, perder la mayor cantidad de tiempo esperanzada que las horas transcurrieran con gran presteza. El tiempo pasó con una lentitud desesperante, la impaciencia se apoderó de mí al ver que mi amado no regresaba.
La fuerte lluvia continuó adormeciendo por completo mi cuerpo, dejando mi mente en un punto divagante, del cual retornó de manera abrupta y desesperada. A la distancia escuché un sonido sollozante que me sacó de mi adormecimiento, oí el lamento de una joven mujer, quien con voz atormentada y flagelada suplicó asiduamente por su trágica existencia. Intenté pretender no oír su lamento durante varias horas, al final decidí dar rienda suelta a mi curiosidad como buen gatico que era.
El Lamento taladrante provino de nuestra habitación, en la planta superior de la casa; subí las viejas y rechinantes escaleras. Los viejos clavos oxidados rozaron las tablas, haciendo que crujieran al contacto, su agujero era tan enorme después de tantos años que a duras penas la cabeza de los clavos alcanzaba a impedir que la tabla se saliera por completo. Mi acenso al segundo piso fue bastante lento para impedir que aquella dama que suplicaba, escuchara que yo me estaba acercando.
Me encontraba frente a la habitación, la perilla de la puerta era dorada con algunas manchas cafés, la oxidación era vil testigo del tiempo transcurrido. La madera estaba llena de grietas y la pintura que la cubría estaba demasiado gastada mostrando el color original de la madera que parecía más el tronco muerto de un árbol incrustado en la pared que un medio de acceso a esta habitación. Posé mi mano sobre la perilla, la giré con suavidad, justo en aquel instante el lamento se hizo más agudo y taladrante. Abrí la puerta tan lento como pude y la vi allí, sus manos estaban atadas a los soportes de nuestra cama. Ella escuchó el crujido de la puerta cuando la abrí y volvió su mirada a mí, tenía una mirada llena de tristeza y angustia. Entre el dosel de la cama pude apreciar la belleza de sus ojos verdes, llenos de lágrimas y henchidos de tanto sollozar. Sus ojos temblorosos, al igual que su voz entrecortada por el llanto, me estrujaron el alma.
―¡Ayúdame!
Dijo la jovencilla implorando por su vida, mientras intentaba soltarse las manos de los grilletes que la aprisionaron. Las muñecas estaban maltrechas y heridas por el brusco movimiento desesperado por adquirir su libertad; las tenía llenas de sangre con moretones y cortadas. La silueta de su cuerpo se dibujaba a través de la seda transparente que cubría su alba piel, algunas gotas de sangre resbalaron desde su cuello hasta sus pechos, manchando de escarlata su ya roído manto.
―Te lo suplico, antes de que él regrese. ¡Ayúdame!, ―suplicó la hermosa joven ―no escapes sola por favor, llévame contigo.
La miré con asombro. Permanecí inmóvil por unos segundos, esperaba que la piedad por su vida iluminara algún rastro de mi humanidad, solo un leve destello llegó a mí. La pobre creyó que yo estaba escapando y esperaba con desesperación que la llevara conmigo. Poco a poco me encontré en medio de mi pasión frenética por la sangre y mi filantropía, un dilema desgarrador de pieles inocentes.
El tintineo en sus ojos brotó en mí un viejo sentimiento el cual creí olvidado; sus lágrimas y voz resquebrajada alimentaron de humanidad mi interior. Corrí a ella presurosa para poder liberarla de sus metálicas ataduras.  Mientras soltaba su mano izquierda una grata sonrisa surgió de sus bellos labios azucarados y aun colorados; su nacarada sonrisa dio paz por un instante a mi tan torturada alma. La calma en mi interior duro poco; aquella hermosa cautiva giró su cuello para mirar la mano que aun llevaba atada a los postes de la cama y vi algo que llamó mi atención de manera incontenible. Desesperantemente una dulce tentación posesionó mi mente; era algo que había deseado ver por tanto tiempo; Mi amado Iván dejó su marca sobre el cuello de esta asustada doncella, dos gotas rojas acariciaron su piel; la mía se erizó por completo y mis pupilas se dilataron, mi corazón frenético se excitó.
El tiempo se ralentizo para hacer aún más amarga la experiencia, observé como cada pulsación se marcaba en su cuello, vi cada contracción y expansión en sus venas. Mi mirada se aguzó como la de una bestia. Por más que intenté soportar este placentero tormento, terminé rindiéndome y decidí entregarme por completo al exquisito sabor de su preciado elixir. Me resultó imposible contener mis instintos salvajes y primitivos por el alimento. Hasta que caí rendida a mis impulsos; mis colmillos se adentraron en su piel cual dagas en satín.
La mano que estaba libre, intentó alejarme de ella. Con exaspero, su mano prisionera se movió cual aleteo de polluelo. Su cuerpo se movió en bruscas contracciones, sus movimientos se hicieron lentos, y sus ojos perdieron brillo, hasta que dejó de moverse por completo. Bañada en su sangre me encontraba, en posición de caza bestial. Mi mano se apartó de su cuello, observé mis dedos teñidos de escarlata, el hermoso color de su interior estaba sobre mí. Vi como el naranja de las velas dio brillo a su vitalidad que ahora era mía; era tan tentadora que con un frágil ronroneo lamí mis propias manos y mis dedos, era una delicia felina saborear mis extremidades con mi lengua.
La dicha finalizó al escuchar un fuerte golpe, sus botas azotaron la madera de los escalones, las escuché más y más cerca. Yo volví mi mirada al exterior de la habitación para verificar que él había llegado y pude comprobarlo al momento que oí la profundidad de su voz.
―Gatico, gatico.
Sus pasos se hicieron suaves y pausados, su voz se hizo dulce, tan dulce como la miel.
―Gatico, ven a mí, gatico hermoso. ¿Dónde estás gatico? ―preguntó, me buscó por cada rincón de la casa.
Su andar se detuvo, aguardó detrás de la pared por unos segundos, de inmediato pude observar emerger su rostro detrás del marco de la puerta. Vi sus ojos furiosos y castigadores, su seño se frunció al ver mi cuerpo arrodillado frente a su hermosa y ahora yerta prisionera. El manjar escarlata de aquella damisela cubrió mi cuerpo en totalidad. Su elixir de la eternidad me dio un matiz sensual. En lugar de ello él solo pudo ver mi desobediencia. Apretó sus dedos con fuerza, estrujando aún más mis posibilidades de adquirir la libertad. No tardó más de un parpadeo para que estuviera en frente de mí. Enfurecido, comprimiendo mi garganta con sus fuertes y bellas manos, cortando mi respiración y asfixiando mi alma. Escuché su fuerte voz la cual lastimó mis oídos.
―Castigo, eres digna de un castigo tan cruento y salvaje que te juro, tu cuerpo he de azotar para que entiendas por qué no debes desobedecerme.
Mis pies permanecieron suspendidos en el aire, pataleando abruptamente por la falta de oxígeno. A cada segundo apretaba aún más mi suave y delicada garganta. Me trajo hacia su rostro para permitirme ver la furia en su interior, luego me arrojó a sus pies, humillándome para que yo comprendiera mi posición. Estaba lastimada, sentí bastante dolor, mi alma estaba retraída y ensimismada, sin embargo sentí gran alivio al no tener más aquella sensación desesperante en mi paladar por probar la sangre después de tanto tiempo. Deseé dar rienda suelta a mi instinto salvaje de supervivencia.
Llevaba varias lunas deseosa de extasiarme con el delicioso sabor de aquella panacea maldita y colorada, debido a que mi amado se negaba a entregármela, no tuve otra opción que beberla hasta el punto de satisfacerme y aun así continuar saboreándola algunos segundos más. Mi garganta, paladar y todas mis papilas saborearon el amargo y seco sabor metálico de la sangre de aquella hermosa dama de ojos glaucos. Era delicioso sentir como aquel líquido plasmático se deslizaba en el interior de mi garganta.
Cometí un error mortal, ¡pero como disfrute hacerlo! él se hincó en frente de mí, acercó su rostro a unos cuantos milímetros del mío; yo estaba deseosa de sentir sus dulces labios en un beso pasional y lujurioso, puesto que estos rozaron con furia y desespero los míos quienes se excitaron por su contacto. Su boca circundó mis oídos y su aliento cálido encendió mi pasión, me incentivó a dejarme perder en un paseo a la lujuria. No pude creer que aun en esa situación tan atemorizante yo me estuviese tan llena de fogosidad al tenerlo tan cerca de mí, mi centro femenino palideció al tener el placer de oír su hermosa voz una vez más.
―¿Quieres morir?, ¿tanto deseas abandonar este mundo?
Fue difícil responder, mi garganta estaba bastante lastimada, en realidad me lesionó y aunque me encontraba llena de placer al oírlo, tuve que tomar unos segundos para reunir fuerzas y responder. Solo un gemido agudo salió de mi garganta.
―Responde. ―Gritó Iván frente a mi rostro.
Mis manos temblaron de pavor, de mis ojos brotaron lágrimas rojas, mi voz temerosa solo respondió un “no” bastante forzado.
―Te he de encerrar junto a los muertos para que jamás oses desobedecerme de nuevo.
―No, te lo suplico, no podré soportarlo. ―Respondí con una voz entre cortada por mi gimoteo.
―Ahora si has de tener fuerza para responder, si hace tan solo unos segundos estabas muda. Es lo mejor para ti Verushka, así aprenderás a seguir mis ordenes
Se levantó y tomó entre su mano izquierda mi pie, arrastrando mi cuerpo por todo el suelo de la casa, el cual estaba lleno de suciedad y de los restos de mi dignidad. Me jaló con gran fuerza, restregando mis culpas entre la madera vieja y deteriorada. Intenté suplicar por su perdón, sin escucharme, él me llevó con gran furia al viejo sótano con olor a muerte trasnochada. Allí, junto a la fría compañía de nuestros huéspedes yacientes bajo nuestra vieja casa, abrió una portezuela que había en el suelo de la planta inferior, debajo de las escaleras y allí me arrojó, junto a los esqueléticos cuerpos de sus antiguos alimentos.
Vi su silueta dibujada entre la luz de la lámpara que siempre colgaba a la entrada del sótano. Daba una tonalidad amarillenta, enfermiza, y una sensación de intranquilidad. Miré como esa luz rodeaba su cuerpo dándole un brillo celestial.
¡Oh! hermoso ángel de la noche, perdóname por haber osado desobedecerte, llévame junto a ti por el vasto sendero de la oscuridad y permíteme ser tu fiel esclava por la eternidad pero jamás me abandones, imposible me resulta concebir un pensamiento de mi vida lejos de ti.
Al salir, azotó con energía la puerta del sótano cerrándola de un solo golpe, dejándome sola en medio de las tinieblas, acompañada solo por el verde color de la muerte y el sinuoso movimiento de los gusanos. Sus pasos me indicaron que se había alejado del lugar sin tan siquiera vacilar, mi corazón colapsó a cada segundo que él se apartaba de aquel claustro, desterrándome de su amor.
Transcurrieron varios días en medio de la carne podrida y el lamento de mi alma, permanecí ansiosa de verlo y mis deseos por sentir su piel crecían con el paso de las horas. Era necesario saber que no me había abandonado en este horrible encierro. Aguardé con absurda ilusión en mi corazón que él regresara por mí para permitirme sentir su fragante aroma.
Escuché sus pasos acercándose a mí, su andar era amable y sentí su esencia más pasiva que de costumbre. La felicidad se posesionó de mi alma a medida que él se aproximaba a la puerta del sótano. Escuché quitar los seguros y cual mascota ansiosa por su amo, aguardé expectante frente a la puerta esperando que la abriera; deseosa estaba por ver de nuevo su rostro y perderme una vez más en sus ojos de cristal, tan diáfanos y fríos como el hielo. Abrió la puerta y me lancé a abrazar sus piernas, él me acarició la cabeza. Yo ronroneé y me paseé por su mano para sentir su muestra de afecto.
―Tú eres mi gato vampiro ―dijo Iván a mi oído entre susurros.
Rozó con sus labios los lóbulos de mis orejas al hablarme, la fogosidad de mi carne se encendió de nuevo haciéndome deseosa de su cuerpo cincelado. Mi amado acarició mi rostro y con sus dedos apretó mis orejas; era la caricia más deliciosa que hubiese sentido en mi vida y concebí gran placer al sentir su piel sobre la mía. Se levantó, subió las escaleras e ingresó a la vieja sala. Me sentí tan grata, me otorgó la libertad, perdonó mis errores, mis fallas. No era digna de su aprecio y benevolencia, lo desobedecí bastantes veces y él aún seguía perdonándome. Subí las escaleras rápidamente, entre menos tiempo pasara alejada de él, era más feliz. Entonces subí y no me separé de él ni un solo segundo.
Transcurrieron varios días desde que me otorgó la libertad y por más que intenté perfumar mi cuerpo; ni el agua, ni las esencias florales de jazmines, lograron desprender de mí el agrio aroma de la muerte. El pútrido verde y almizcle de gusano había penetrado mi piel.
Una vez más salió de casa, misterioso como siempre. Me dejó cuidando el lugar como la gata que decía que era. Permanecí sentada en aquel sillón que estaba unido al ventanal, ese delicioso sillón de terciopelo que acariciaba mi piel, aunque estuviese rasgado y sucio. Al ver que no regresaba, me aburrí y me puse a pintar hojitas de árbol con pinturas hechas en casa con jaleas.
Nuestro hogar era invadido por visitas femeninas muy a menudo. El grito de las doncellas abarcaban la casa. Sus lamentos de desesperación y tristeza se introdujeron como gusanos rastreros en mis oídos. El coro de lamentaciones que provenía de nuestra alcoba era torturante. Mi rostro se elevó a la planta superior. Solo mi vieja cobija roída y deteriorada era la que siempre abrigaba mis noches y me protegía del frío. En ese lugar boscoso separado lo más posible de la muchedumbre y la civilización, siempre era invierno y la nieve estaba adornando todos los días de mi estadía en casa de mi amado. Por ello en las noches, mi cuerpo tiritaba, por el viento congelante que siempre se filtraba en la casa. Dormía sobre un viejo tapete muy pálido por el tiempo transcurrido y por el calzado que le habían pasado por encima durante tantos años.
La puerta de entrada se abrió de improviso, azotando el marco; un rayo azul iluminó la entrada estremeciendo todo mi hogar, permitiéndome ver la sombra de mi macabro destino amoroso lleno de humillación, miseria, esclavitud, melancolía, pasión, deseo y lujuria. Sus vestiduras y sus bucles dorados perfectos estaban empapados de lodo y agua;  su traje victoriano estaba lleno de suciedad, sangre y aliento de victima temerosa; sus botas, eran una mezcla de tripas y lodo. Iván cerró la puerta con gran fuerza, sus ojos eran aún más fríos y crueles que la tormenta  que se desató afuera de nuestro hermoso hogar.
Mientras marcaba sus pasos hacia mí, se desnudó, permitiéndome deleitar mis ojos en su torneado cuerpo masculino, las prendas sucias y mojadas se adherían a él deseando jamás abandonarlo para acariciarlo por la eternidad. Dio su último paso y quitó la última de sus prendas; observé la firmeza de sus músculos y la voluptuosidad de su soberbia; se acercó a mi boca y posó sus manos en mi cuello, me observó por un momento. Luego se levantó y subió las escaleras; mientras ascendía dijo:
―Un vampiro siempre debe ser impecable ―anunció Iván con un semblante arribista―. Un heraldo del buen gusto y la cultura.
Llegó a la planta superior de la casa, cerró la puerta de la habitación y durante un largo tiempo todo fue silencio, aún me quedaba el dulce deleite de mi memoria. Mis ojos guardaron para mí la dicha en momentos de aflicción. Me daba risa de mi misma, la ilusión y la estupidez se apoderaron de mí, guardé la falsa esperanza que por fin me permitiera amarlo sin reserva, ser su compañera y amante por la oscura eternidad. Ser quien llenara su cuerpo de pasión, erotismo y sadismo. Deseaba llenar su mente solo de mí, de mi figura, de mi piel, de mis deseos y mis más pasionales y sucios sueños carnales.
Soñé una eternidad de momentos entre sus brazos protectores y llenarnos de besos uno al otro por cada poro de nuestra excitada piel. En lugar de eso solo recibí más esclavitud. Con el semblante en el suelo y la mirada llena de desilusión, caminé por el salón recogiendo sus mugrientas vestiduras que aun guardaban su sabroso y seco aroma. Su camisa goteaba lodo, sangre y furia. Señales que mostraban su cruel cacería. Eran tan vivida la sangre que casi podía observar la macabra escena con solo olfatear la camisa.
A gran velocidad cabalgaba en su caballo blanco como ángel de la muerte de afilados dientes, abrazado por las frías olas del húmedo viento; sus cabellos empapados suspendidos en la esencia del mágico momento mortal. Sus ojos penetrantes introducidos en lo profundo de sus víctimas desesperadas y temerosas. A la distancia se veía una pequeña luz cobriza que iluminaba el último lugar de reposo de una noble y amorosa familia que tendría el privilegio de ser besados por sus dulces labios purpúreos.
La ventana de la sala se rompió en mil pedazos y una sombra bruna, produjo una lluvia carmesí al pasar por cada uno de los cuerpos. Una infante temerosa por su vida abandonó su muerto hogar, de aroma a leña quemada, sangre y nostalgia. Salió del recinto y corrió a través de bosque sombrío, el joven cuerpo de esta tierna alma cándida, corría aún más aprisa que los latidos de su temprano corazón, acelerándose con desespero a cada segundo que transcurría.
Sus piececitos se clavaron en el lodo mezclado con la nieve, aprisionándola y haciendo aún más lenta su infructuosa huida. De repente, su corazón empezó a cesar su marcha mientras su tierna y lozana sangre nutrió el cuerpo de mi amado ángel de la muerte. Cada gota en su boca robaba la vitalidad en el cuerpo de la pequeña niña de risos dorados. Sus brazos dejaron de moverse con desesperación, resignada, en recibir su último beso, soltó sus manos y expiró su último aliento.
Pobre familia, macabro destino al encontrarse en su camino una sombra desalmada y caprichosa, sus ojos nunca más volvieron a ver la belleza de mañana en tonos pastel de primavera. Rayos naranjas iluminaron los resaltantes y coloridos tonos de las flores, el azul transparente de un arroyo, golpeando con furia las piedras a su paso, los colores mandarina y verdosos de las copas de los árboles y un violeta entre celeste del despejado cielo, un bello prado de arcoíris y cálidos tonos hermosos e iluminación en los vastos y extensos campos. Sus miles de animalitos disfrutando la tranquilidad y paz de su tan acogedor hogar. Aunque yo creí que solo era invierno en la ciudad, estaba equivocada, había quienes podían disfrutar de la primavera, pero esta huyó de mi casa, permitiéndome ver, solo el blanco color desalmado de la nieve.
¡Regresa a mí una vez más primavera hermosa! y deléitame con tus bellos colores, no te alejes más de mi puerta y bríndame el confort que por tanto tiempo he estado buscando.
Caminé hasta la cocina con sus ropas entre mis brazos, abrí la puerta y en el mesón aguardaba por mí el resto de sus prendas sucias y mugrientas, esperando ser aseadas y recuperar su aspecto pulcro. Mis manos recuperaron el color original a las prendas de mi amo, un poco raspadas y blandas de tanto brindar limpieza. Pude finalizar después de unas cuantas horas de dar la majestuosidad que él merecía en sus vestiduras.
Regresé a mi habitación, allí aguardé acostada por mucho tiempo. La casa era invadida por gritos de dolor y desespero, convirtiéndose en un amargo clamor suplicante de piedad, a un corazón que desconocía ese sentimiento; los gritos se transformaron en un llanto dócil de una joven que esperaba su tormento finalizara pronto. Escuché el sonido de los pasos de mi amado que se acercaban, yo estaba recostada en mi cama, en una habitación que él dispuso para mí debajo de las escaleras. Sobre la puerta que daba al sótano. (Aunque yo amaba pretender que la habitación de arriba era nuestra; mantuve la esperanza que algún día me permitiera amarlo y ser su compañera a través de la eternidad, en nuestro mundo de tinieblas). Escuché sus botas golpear la madera y  al bajar cada uno de los escalones, la tierra cayó sobre mí, el azotó fuertemente los peldaños cuando iba bajando, para que así, yo estuviese atenta a sus requerimientos. Abrió la puerta de mi habitación, se inclinó para poder entrar, la puerta era bastante pequeña y en el interior a penas y alcanzaba a caber mi cuerpo recogido. Vi sus ojos y él mirándome a los míos, me llamó extendiendo su mano.
―Gatico. Ven aquí gatico. ―susurró con cariño mi amado captor.
Yo me acerqué a él a gatas con algo de temor, siempre que él me trataba con cariño, algo malo sucedía y terminaba golpeándome o castigándome. Llegué a él, él acariciaba mi cabeza lo cual me hacía ronronear.
―Ya casi cumples un mes sin haberte alimentado bien, ¿tienes hambre gatico? ―preguntó con ternura.
Moví mi cuerpo deseando que me siguiera acariciando, me fascinaba sentir como me tocaba con su piel, deseaba poder fusionarme con su carne. Él se puso de pie y subió las escaleras, yo subí detrás de él a la planta superior, ingresé a nuestra hermosa y acogedora habitación. La sed que tuve en mi interior desgarraba mi garganta. Sobre la cama, una joven y hermosa dama de lisos cabellos y tan oscuros como una noche austral en invierno, en un letargo placentero por los dulces besos de mi amado señor. La edad, nombre, gustos y deseos de aquella víctima no importaban en ese momento. Iván se sentó a la cabecera de la cama, observando el rostro lozano de nuestra bella durmiente desdichada en un cuerpo mortal y frágil.
El me miró a los ojos, acto seguido miró a los pies de nuestra visita soñadora de perfil cincelado, labios cual pétalo de rosa enamorada y nariz arrogante, la piel de sus piernas tenía el color de las mañanas de hielo. Sus venas se brotaban mostrándome el lugar dispuesto para mi alimento (el solo me permitía tomar la sangre mordiendo el meñique del pie derecho de cada una de sus víctimas. A mí no me gustaba y era humillante, me degradó al punto de parasitar). Resignada, bebí de la sangre de su prisionera, mientras mis dientes mordisquearon su dedo, mis ojos saborearon la hermosa y deliciosa piel de Iván. ¡Que pureza!, belleza de flor albina, y ególatra, por ser la diferencia. Su cuello excitante me llamó y atrajo con su magnetismo sensual y salvaje. Su dorado cabello cayó sobre su pecho, pero fue el sabor de la sangre de esta soñadora damisela, quien me recordó el dulce sabor de mi amado carcelero.
Sin poder resistir tan solo un segundo, abandoné el frío dedo de aquella mujer que yacía inconsciente sobre nuestra cama y en el instante besé con gran pasión el cuello de aquel ángel de la noche que reposaba su cuerpo sobre nuestro lecho nupcial, besé su cuerpo con tanta pasión sin importar las consecuencias de mis actos, prefería mil castigos infernales, cruentos y salvajes, antes de pasar un segundo más sin saborear su dulce elixir de la eternidad, manjar  de los dioses, placer de los malditos.
Di gusto a mi paladar cuando mis colmillos se introdujeron en su piel cual dagas. ¡Oh! Que placer tan lujurioso y carnal, mi piel se erizó entrecortando mi respiración. Mis uñas se enterraron en su espalda desgarrando su piel, el lamió con su cuerpo mi lengua, mis ojos vieron el placer y excitación que sintió al momento que decidí hacerlo mío. Vi como disfrutó cada instante que bebí de él, estaba envuelto en la excitación y en la lujuria y me besó desenando hacerme suya. De pronto, su mirada regresó a la furia habitual, sus manos se estrujaron y de un golpe me arrojó fuera de la cama. Con gran enojo se acercó a mí, su imponente semblante hizo adentrarme aún más en mí y con fuerte y aturdidor grito dijo:
―Cómo has osado traicionar mi confianza, no tienes permitido el placer y me has tocado ―la voz de mi amado Iván se mostraba irascible―. Jamás aprenderás a retener tus impulsos y el tiempo se nos acaba.
Muy obediente ante sus pies permanecí, suplicándole me otorgara su perdón. Alejándome fuertemente de sus pies los cuales yo besaba rogándole su clemencia. Con un fuerte puntapié en el rostro me golpeó quebrando mi nariz, la sangre brotaba de mí en compensación a la sangre que me atreví a tomar de él. Me tomó del pie y desde la planta superior me arrojó al primer nivel, el golpe me dolió bastante, sentí que mis pulmones salieron despavoridos por mi boca. Iván saltó desde allí, cayendo sobre mi abdomen, luego levantó mi rostro y me golpeó con su mano cerrada, me tomó por el pie y me arrastró por toda la casa.
Finalmente llegó al sótano, ¡infierno mortuorio de mi humanidad! Supliqué mientras él acababa con mi dignidad, haciéndome aún más rastrera, temí que de nuevo me encerrara en aquel espantoso lugar. El miedo me invadió al saber que una vez más compartiría cada uno de mis segundos con los gusanos y el aroma de desconsuelo podrido. El verde viento gobernante de aquel miserable y nauseabundo claustro me llenó de tristeza, agonía, amor y muerte. Todo se tornó gris y me vi en medio de la carne mutilada y movediza por los descomponedores de la hermosura y dignidad humana. La angustia y desesperación se apoderaron de mí, mientras a gritos desgarradores imploraba que me sacara.
Él se marchó sin tan siquiera mirar atrás, con gran desprecio caminó alejándose de mí. Los cadavéricos huéspedes de piel cetrina y viscosa, expidieron entre sus fauces sonidos atormentadores y delirantes. Sus ojos secos y arrugados observaron el pecado carmesí que se postró sobre mi piel y se adentró en mi boca, posándose en mis labios colorados que poseían la culpabilidad de mis acciones erróneas. Estaba dichosa y dispuesta a pasar mil veces por ese infame y cruento infierno, con tal de probar una vez más el sabor de su sangre que convertía todo mi ser en una zona erógena. ¡Maldito síndrome de Estocolmo!, estás acabando con mi dignidad.
Transcurrieron aún más noches en las que estuve atrapada en este truculento y yerto lugar lleno de olvido. Perdí la cuenta después de las 60 lunas. No sé cuánto tiempo más logré soportar sin beber sangre humana, tampoco tengo certeza cuánto tiempo pude permanecer lucida y con cordura en mi mente, claro, si es que así se le podía llamar a mi estado mental.
Yo me dediqué a matar ratas: él decía que yo era como un gato, que transformó a una chica en vampiro y en lugar de eso tenía una mascota felina. ¡Soy su gato vampiro! Solo la sangre de las ratas nutría mi cuerpo, cada vez que tenía la oportunidad de atrapar una, incluso estos seres marginados prefirieron buscar su alimento en otro lugar, no soportaron compartir su espacio con la vieja muerte que invadió todo el macabro y oscuro claustro. Lo que me devoró era vivir sin el mirar de sus ojos penetrantes.
Cierta noche de aura congelada, desperté, la neblina era tan densa que incluso dentro de la casa se paseaba esta gélida amiga de la oscuridad. La puerta del sótano estaba abierta, me acerqué a ella al mirar como la luz de la luna iluminó mi camino. El plateado se dibujó sobre el suelo de madera y un silencio eterno se escuchó en la casa, solo una luz ámbar tintineante se escapó de la habitación, cerniéndose por todo el lugar, eliminando todo rastro de lo macabro, perdiendo lo lúgubre y álgido a lo cual estaba acostumbrada. La luz dentro de la habitación era cálida y reconfortante para mí, él estaba en el interior. A su lado era el único destino que deseaba en mi vida.
Regresé sumisa a nuestra habitación. Vi la puerta entreabierta y una luz centellante ocre se filtró entre el marco y la puerta. Su silueta se retrató sobre el suelo y la pared de la habitación se iluminó por la luz de una vela sobre su escritorio, un viejo frasco lleno de tinta negra se mantuvo  al lado de un pergamino algo amarillento, una pluma de ganso tenía en su mano, moviéndose al ritmo de la escritura de su corazón. Solía sentarse allí 2 o 3 veces a la semana a escribir, solo el tiempo suficiente de la inspiración exacta; poemas prosaicos y de vez en cuando un verso tentador. Me acerqué a hurtadillas hacia él, ronroneando y paseando mi cuerpo entre sus piernas, él bajó su mano, frotó mi cabello, acarició mis mejillas y dejó su mano acariciándome el mentón, luego me observó directo a los ojos, con mirada penetrante, adentrándose en lo profundo de mi alma, indagando cada rincón de mi pensamiento, acercó su rostro al mío y me dijo en tono firme, pero amable.
―Pronto todo terminará gatico ―aclaró, brindándome calma.
Continuó observándome por unos pocos segundos, acarició con su pulgar mi mejilla y continuó escribiendo. Permanecí hincada a un lado de él, abracé sus piernas y empecé a lamer sus tobillos, ese era el único contacto que él me permitía tener, no era digna de una muestra de afecto mayor a eso. Primera vez que sus manos fuertes y castigadoras acariciaron con gran delicadeza mi rostro. Mientras lamía sus dulces tobillos, el sueño poco a poco empezó a apoderarse de mí, sumergiéndome en lo profundo de un melancólico y reminiscente mundo onírico.
Un piso de madera de un marrón lustrado y pulcro. Los rayos del sol se filtraron por la ventana iluminando mi rostro resplandeciente de belleza, la tersura y firmeza eran amantes de mi nívea y virginal piel. Miré mis oscuros ojos tan profundos y navegables como la mar, mi cabello era negro y corto, tan perfecto como peinado por los ángeles. Me llegaba a las orejas dejando al descubierto mi largo y esbelto cuello arrogante. A la distancia escuché pequeñas y hermosas notas de una canción de antaño. Con mirada algo soberbia y orgullosa, empecé a girar, danzando tan sutilmente, como si mi cuerpo fuese el de una pequeña muñeca de porcelana, flotando sobre su preciada cajita musical. En cada giro, las baletas eran más distantes del suelo y el amable viento me sostuvo entre sus brazos. Un tutú rosado cubrió mis caderas realzando mi figura. La mágica danza se apoderó de mi cuerpo, cada instante que transcurrió en mi sutil movimiento, me sumergió aún más en lo etéreo, en un universo flotante, imaginario y utópico. La dulce melodía comenzó a cesar mientras mi día se teñía de gris y de tristeza, la sangre negra y gélida se apoderó del ambiente. Entonces, todo fue tinieblas, sombras y desolación en mi trágico ballet.
El temor se adentró en mi mirada y al igual que los espejos, mi voluntad y orgullo se quebraron. Sus ojos cerúleos observé, su fría mirada esclavizo mi corazón. Una sonrisa macabra se dibujó entre las tinieblas mientras que mi cuerpo temblaba por el miedo que sintió. Mis rodillas se curvaron, una brisa acariciante se acercó a mi tierno cuello y en un despertar, la maldición abordó mi alma y corazón.  Mis ojos estallaron al sentir su beso macabro.
Desperté con el latir acelerado y la resignación de soñar lo soñado, pues nunca más podré danzar al compás del viento.
Al regresar a la calma y darme cuenta de mi triste y reiterante realidad, observé con gran asombro el cálido y acogedor lugar donde desperté. Las sedosas y tersas sabanas carmesí de mi adoración, cubrían mi piel desnuda y amoratada por el frío envolvente que se filtraba por las rendijas de la ya deteriorada y vieja madera. El dosel me hizo borrosa la figura de mi Iván, cuando salió de la habitación con algo de divagación en su mente.
Con el alma y la carne desnuda me levanté de la cama, me acerqué a un armario entre abierto que se encontraba a un costado de la ventana, ya que algo de vivido color llamó mi atención. Escuché un fuerte golpe, él se marchó una vez más azotando junto a la puerta el resto de mi humanidad.  Los plateados destellos de la luna dibujaban con mi sombra una cruz sobre el suelo. Un bello carmesí rodeó la luna llena y una extraña sensación de mal presagio y calma a la vez llegaron a mí.
El gélido viento rodeó la habitación, la negra puerta del armario se abrió de improviso, en el interior de la puerta derecha había un espejo de cuerpo entero, pero no fue eso lo que capturo mi interés, colgado en el interior, de color rosa, resaltaba entre tanta oscuridad, aguardando por mí, intacto a través del maltratarte transcurso de las horas infinitas de sufrimiento y agonía. Mi vieja trusa y tutú de ballet, estaban relucientes, mostrándome las hermosas reminiscencias de una vida grata, feliz y tranquila.
Estaban en perfecto estado como congelado en el tiempo, descolgué el traje y abracé con gran fuerza y cariño. Aun lucía con la belleza que poseía al ser mi piel de baile. Las lágrimas se desprendieron de mi interior, resbalando por mis mejillas, huyendo del dolor que por tantos años fue mi única compañía. Lo apreté aún más fuerte y sentí su aroma tan delicioso, como miles de colores que giraron alrededor de mi mente permitiéndome ver la belleza del momento.
Solo con sentir su fragancia las reminiscencias acudieron a mí. Fue tan tentadora la sensación que decidí vestirlo una vez más, vestirlo para que mi amado Iván me viera igual de hermosa al primer día en el cual nuestras miradas se cruzaron, igual que el bello día que nos conocimos.
Salí de la habitación, me sentí de un aura esplendida, maravillosa, vigorosa, fui tan feliz. Llevaba tantas décadas sin poder recordar esa placida sensación. La casa era pequeña para mi grandeza, al igual que en el sueño, me sentí flotando. Bajé a la planta principal de la casa y allí observé el viejo sillón en el ventanal, acompañada de mi hermoso vestido rosa, portador de mis hermosas remembranzas de una vida que jamás mis manos volverán a acariciar.
El frío cristal de la ventana me separaba de la misteriosa oscuridad que yacía en el exterior, tinieblas de matiz rojizas por la luna melancólica. Algo causó intranquilidad en mí, una extraña sensación como si en un solo instante corto, denso y encolerizado, todo cambiara. A la distancia percibí un aroma de muerte vaporosa que se acercaba fundida entre la niebla matutina.
Era alrededor de las 4 de la mañana, permanecí sentada a un lado de la ventana, tras horas de espera, seguí allí inmóvil, observando el triste y gris bosque que entre sus ramas trajeron a mí una imagen de esperanza que dieron la tranquilidad que tanto ansiaba encontrar para poder sosegar mi corazón reprimido de amor, esperando que su silueta se dibujara frente a mis ojos y así poder detener mis pensamientos de mal augurio.
El sol dentro de poco arribaría en mi ventana, me negué a abandonarla hasta que mi dulce amado regresara a mí, sin importar que el sol acariciara mi piel con sus fulgurantes rayos de repudio hacia nosotros. El tiempo transcurrió al igual que la luz hacia mi ventana. Mi decisión estaba tomada, no abandonaría mi lugar en aquel viejo sillón hasta que él no regresara a mi lado. Creí que si él veía mi determinación y amor, me haría su compañera por la eternidad.
La intranquilidad se posesionó de mi mente y de mi alma. El viento se puso salvaje, agresivo, cruel, lleno de desesperación. Sin darme cuenta la puerta de la casa se abrió. Con gran afán Iván se acercó a mí, me tomó de la mano y me llevó presurosamente al sótano. No supe que error había cometido, su rostro no me mostraba ira sino temor, como si quisiera protegerme.
Me dejó en el sótano mientras yo le suplicaba que no me encerrara de nuevo en aquel sepulcral lugar. Imploré por su perdón. De pronto, sus ojos me mostraron un sentimiento que creí no poseía y que tal vez perdió en el transcurso de la eterna oscuridad. Sus ojos acariciaron mi rostro, sus manos me tomaron con gran cariño.
―Perdóname Verushka, no calculé el tiempo y la situación se me ha salido de control, anhelo todo termine bien para los dos. No salgas, ni hagas ruido alguno. Mantente aquí en este lugar que tanto odias, no salgas sin importar lo que escuches, no salgas ni aunque me escuches gritar. Este es el lugar más seguro para ti, podrás soportar el tiempo necesario sin correr peligro, espero nos veamos de nuevo. Te amo, Verushka, con toda la fuerza que hay en mi interior.
Iván retiró de su cuello un cordón en el que llevaba una llave, con una marca extraña que parecía un ángel con sus alas extendidas, puso el cordón en mi cuello dejando caer la llave sobre mi pecho.
―Encuentra al dueño de esta llave y entrégasela, sin importar lo que cueste.
Sin permitirme decir palabra alguna tomó mi rostro con sus manos y me besó, sus labios se fusionaron con los míos y pude sentir la pureza en sus palabras, el cariño en sus besos y la pasión en su mirada, pude sentir un dulce y tierno beso que se quedó plasmado por siempre en mi memoria. Un beso que mostró la pureza y la fuerza del verdadero amor inmortal que jamás decaerá ni se debilitara en el transcurso de la eternidad.
En ese cruel y triste momento me di cuenta que solo mi imagen era quien habitaba en sus pensamientos que solo yo era la dueña de su corazón y su amor era solo mío. Nos amamos en tan poco tiempo, su corazón a partir de ese momento fue mío por la eternidad y el mío se lo llevó él al momento de regalarme su última mirada. Dejamos de besarnos y en sus ojos pude ver el gran dolor que había en su interior, en ese instante tan corto nos amamos para siempre. Se dio la vuelta encerrándome en aquel verde lugar de madera podrida y de fétido aliento, al final se marchó diciendo.
―Júrame mi amada Verushka que no saldrás de aquí hasta que yo no venga por ti o hasta el momento que aflore en el cielo el siguiente anochecer.
―No me dejes aquí sola por favor. Iván no me dejes.
―Júralo amor mío, si no lo haces todo el amor por ti y todo lo que he hecho para protegerte será en vano.
―Así lo haré. Te amo Iván, más allá de la razón.
―Te amo Verushka. Adiós mi gato vampiro.
Se alejó cerrando la puerta del sótano. De un momento a otro todo se volvió muy confuso, escuche muchas voces y disparos, al final pude oír una gran explosión, seguido de un grito desgarrador, un grito de mi amado Iván, el cual alteró mis sentidos y trajo a mí el mayor nerviosismo. Empecé a llorar sin consuelo al ignorar lo que estaba ocurriendo, mis manos temblaron y tuve un grave presentimiento.
Era necesario salir para confirmar que todo estaba bien y que por fin podríamos demostrarnos nuestro amor y disfrutarlo para siempre. Me llené de desesperación, lamento, angustia y soledad al escuchar el fragor de la lid que se libró afuera. Le prometí a Iván que no saldría hasta que llegara el siguiente anochecer.
Escuché las voces de unos hombres, los oí caminar. Sus botas sacudieron los tablones de madera del suelo, me puse muy nerviosa tratando de controlar mis gimoteos, se acercaron a la pequeña puerta que daba al sótano, mis dientes castañearon descontrolados al pensar que me encontrarían, tardaron algunos minutos más en el lugar recorriéndolo.
Un gran silencio vino después, adornado por la inactividad. Las Lucecitas naranjas se filtraron entre las tabletas del techo mostrándome la llegada de nuestro mortífero amanecer. La luz en el exterior era aún más fuerte que antes, el sótano fue iluminado como nunca lo había hecho. Entre las grietas de la madera se filtraron rayos furiosos obligándome a proteger mí piel entre los cuerpos verdosos pútridos e inertes. Temí que el maligno sol lastimara mi bella piel, encontré la protección necesitada entre los cuerpos malolientes y fétidos que tanto odié. Todo el tiempo que permanecí cobardemente escondida, fue un total infierno debido a la desesperación de ignorar lo ocurrido.
Al caer la noche una luz plateada me mostró que el momento de salir al vacío y cruel exterior había llegado. Me acerqué lentamente a la puerta y una extraña sensación me retuvo en el interior del sótano, la determinación de resolver las horribles sospechas en mi mente, eran quienes me obligaron a salir de mi encierro. Lo que vieron mis ojos hubiese deseado jamás verlo, allí, frente a mi cruel salida vi su figura cenicienta, arrogante cual adonis hasta el momento de su muerte, mostrando la agonía, dolor y belleza eterna que la briza ávida y envidiosa tomó para sí, como compañía de la eternidad, destruyendo su imagen a cada segundo, esparciéndola por el vasto mundo, hasta llevársela por completo.
El sol destruyó por completo su cuerpo, dejándome solo un viejo rescoldo. Ahora serás mío y de todos los lugares, tu belleza reposará por siempre flotando en el aire. Visítame con el viento de abril mi amado Iván. ¡Oh! Mi dulce viento, permíteme sentirlo cada primero de abril, envuélveme entre tus fauces y déjame sentir su aroma una vez más.
Mis ojos se inundaron de melancolía y tragedia, perdí mi único acicate para vivir. La casa estaba totalmente destruida, sin techos ni muros o ventanas. Solo escombros deteriorados, de lo que solía ser la vieja escalera que subía hasta nuestra habitación. Aquella luz ámbar que era habitual brillara sobre su escritorio, se extinguió. Ascendí hasta la habitación por los vestigios de escalera, un pequeño camino hasta su escritorio se sostenía a punto de colapsar y su suelo chirriante por cada uno de mis pasos temblorosos. Sobre el viejo escritorio, vi algunos de sus más expresivos retratos de su alma. Poemas narrativos y descriptivos de nuestra vida juntos en este viejo lugar, desde el día que nos vimos por vez primera, hasta el día anterior de mis desgracias solares. Sus días junto a mí y el sentimiento que le producía mi presencia: amaba estar a mi lado, acariciar mi rostro y el fragante aroma a cerezas en mis labios, lo mucho que disfrutaba mi compañía y la razón de su crueldad. Entre todos sus escritos encontré una nota.
― “Encuentra al vampiro maldito, es tu única salvación”.
Revisé sus bellos escritos y me di cuenta, con gran felicidad, que todos estaban dirigidos a mí. En ellos vi plasmado el gran amor que sentía por mí, en bellos versos, describiendo con gran detalle, aquellos sentimientos que había en su interior y la manera como su corazón latía de pasión cuando estaba a mi lado.
No tuve nada más que decir al mundo, no deseé clamar suplicas inaudibles;  la cruel y amarga realidad una vez más destruyó mi felicidad. Justo cuando encontré el amor, fue arrebatado de mis manos.
Al no haber nada en más para mí en el mundo, continué mi camino hacia el horizonte, guiada por  el centelleo del plenilunio. Me alejé para siempre de mi última morada, dejando solo mi sombra dibujada y extendiéndose por el suelo, negándose a abandonar su bello recuerdo.

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